El camino

 
En la obra de Fidel Cataldi transpare desde siempre una fuerte tensión entre su voluntad de dejar libre la energía espontànea y exuberante de una generosa humanidad y la voluntad de amaestrarla con el dominio del medio expresivo. Mientras en el pasado estas energìas eran dominadas, en parte, a través de un equilibrio de líneas y formas bien definidas y rápidamente reconocibles, muchas veces con representación de figuras humanas, los últimos cuadros intentan liberarse audazmente con formas y figuras continentes que privilegian la esencialidad de las mismas energìas contenidas. Estas energìas hablan ahora , a través de una armoniosa maestrìa de colores, de movimientos y de la interacción de los cuatro elementos esenciales de la naturaleza: aire, agua, fuego y tierra. Las zonas de colores – sobre todo verdes, azules, rojos y negros – derivan de lugares existentes donde el artista ha observado realmente el viento que mueve las hojas, el precipitar de las aguas de ríos y cascadas, la luz de la luna y del sol que juega en los cielos y sobre la tierra, y la misma tierra perforada por profundas cavernas. Disueltos los contornos, antes precisos, espléndidamente brillantes los colores, pero nunca exageradamente llamativos, degradan sutilmente uno en el otro. Las particulares veladuras a veces se irradian desde un foco puntual, o se componen en otras relaciones, siempre armonizando la composición dinàmica. En la pintura reproducida en la portada, por ejemplo, el equilibrio entre los colores en sombra a la izquierda de la composición y los mismos colores iluminados a la derecha conmueve en modo eficaz por su dramática simplicidad. Los cuadros señalan las etapas de un viaje ideal que comprende también la búsqueda de un significado secreto de la naturaleza. Cada cuadro implica un elemento escondido, quizás una fuente de la cual fluyen todas las energìas citadas. Sea la Cayenne, sea el Castillo apenas insinuado en lejanía, sea las nubes, creadas estrato sobre estrato de velos que se componen y descomponen en el mismo instante, podrían esconder un lugar secreto. En este juego de estratos sobrepuestos y en movimiento constante la tela misma parece participar y, allì donde se percibe su trama, en lugar de un telòn o un lìmite absoluto de la composición se transforma ella misma en uno de los tantos velos. Se intuye que el último secreto no será nunca revelado y, probablemente, no existe pero su búsqueda no es otra cosa que la misma vida que, sugestiva y tentadora, inspira al artista. Los colores asì cromáticamente desarrollados en este viaje simbolizan naturalmente también un paisaje psicológico. El observador se complace en advertir la alegría, el placer. Las energìas que el artista ha sabido liberar, aunque potentes, no escapan a su control. El secreto que quizás se esconde en la Cavernas o en otros lugares, o quizás la nada si asì debiera revelarse, no es amenazador. Hasta el negro, color negativo por excelencia, se nutre aquí de variados matices contribuyendo a la armonía de una composición arriezgada y valerosa.
Allan C. Christensen