Hablar de la pintura de Cataldi es objetivamente difícil, sobre todo para quien piensa
y está convencido que el “juicio estético” no tenga que ser algo puramente sobrestructural
sino relacionarse, “simpaticamente”, con el phatos del artista, con su sentimiento, con su
humanidad, y convertirse así en “estructura”, es decir medio de transmisión de valores y
de ideas entre artista y crítico, entre artista, espectador y grupo social: convertirse,
fundamentalmente, en vehículo cultural.
Pero quien escribe ha podido superar el obstáculo, aunque sea relativamente, gracias al
contrato humano establecido con el Artista en estos días de fermento cultural.
Existe en su pintura una profunda carga humana evidenciada claramente por el constante
interés, casi obsesivo, que el artista demuestra por el tema de la guerra y el hambre, por
la calma de la campaña, por la naturaleza “viva” y resplandeciente de colores, los rostros
embrutecidos por el dolor, casi destruidos.
Las figuras demacradas y muy flacas, al punto de parecer esqueletos vagantes, la
desesperacíon de los fugitivos que huyen de las atrocidades de la guerra. Todo esto no
es, ciertamente, un gusto gratuito del horror; una simple reedición del “ossianismo”
literario, un renovado gusto del macabro. Al contrario, son momentos de una temática
clara y definida, de una posición cultural, de una condición existencial viva y actual che
compromete directamente, sin excepción, todo el sistema y la naturaleza misma de la
civilización moderna. |